Líderes éticos o psicópatas


Tenemos  tendencia  a  confundir  los  valores  con  los principios, y estos no son lo mismo. Los valores son cambiantes; por una magnífica motocicleta a los 20 años seríamos capaces de grandes esfuerzos y sacrificios,  pero  puede  ser  que  a  los  60  años,  esta  ya  no posea para nosotros ningún valor y que el valor pase al coche familiar de una conocida marca alemana, que a los 20 años no nos interesaba.
El valor tiene relación con el momento y con el dinero. Una botella de agua vendida en un establecimiento situado al lado de una magnífica fuente, vale poco;  esa  misma  botella  en  mitad  del  desierto  del Sahara, posee un alto valor. O sea, el valor es un atributo de las cosas y normalmente lo medimos en dinero, tiempo o esfuerzo.
Los  principios  son  otra  cosa,  los  principios  son externos a las cosas; muchos de ellos vienen determinados por las leyes naturales, son indiscutibles y evidentes, y sobre todo son impersonales. Los principios son lo que hacen que esa botella sea útil para “dar de beber al sediento” sin que influya el valor de la misma.
Stephan Covey divide el liderazgo en cuatro niveles.
El primero es el nivel personal y ese nivel sólo se basa en principios, hemos de autoliderarnos de forma que nuestros principios no entren en conflicto con nuestras  acciones. 
El  segundo  nivel  es  el  interpersonal, Experimento de Stanley Milgram, Behavioral Study of Obedience, publicado el año 1963 en el Journal of Abnormal and Social Psychology La idea surgió por el juicio y condena a muerte de Eichmann que se realizó en Jerusalén en el año 1960. donde  los  principios  continúan  ejerciendo  de  norma en  nuestra  relación  con  los  demás.  Los  siguientes niveles son el gerencial y el organizacional donde ya
no tienen la misma influencia los principios e inician su escalada de importancia los valores.
Quizás  en  estos  dos  niveles  el  liderazgo  ya  no  se refiera a las personas. El nivel gerencial sería la forma en que supervisamos y gerenciamos, y el nivel organizacional  la  forma  como  se  estructuran  y  manejan las empresas, y, lo que es peor a nivel de liderazgo, donde no hay personas no hay principios: a la gerencia o a la organización no le importa su sufrimiento en el caso de que usted no pueda pagar su hipoteca, a no ser que usted sea el cliente.
Los principios son inherentes a las personas; una organización no tiene principios pero esto es normal que sea así. En el caso de que las personas no tengan principios reciben un calificativo psicopatológico, son psicópatas.
Posiblemente a la pregunta “¿desea usted ser liderado por un psicópata?”, la respuesta unánime sea NO, y esa respuesta continúa siendo NO en el caso de que el preguntado sea un psicópata, ya que a los psicópatas no les gustan los psicópatas. Por tanto, debería ser recomendable no dejarse liderar por personas que claramente anteponen los valores a los principios ya que existe la posibilidad de encontrarnos ante un psicópata (que por cierto no son fáciles de diagnosticar).
Quizás una gran mayoría piense que no es fácil dejarnos influenciar por alguien sin principios y al que no le importa el sufrimiento de los demás, ya que para él son simples objetos para alcanzar los objetivos. Nada más lejos de la realidad: un psicópata vestido con el traje de la  autoridad  es  alguien  con  una  gran  capacidad  de influencia sobre los demás. Como muestra paso a exponer íntegramente el experimento de Milgram.

En el juicio, Eichmann manifestaba su sorpresa por el proceso, alegaba que sólo había obedecido las órdenes. Los psiquiatras que le visitaron testificaron que no sufría ninguna alteración psicopatológica y que era una persona normal en el ámbito psíquico y social.

A Stanley Milgram le llamó la atención que una persona normal, y que además no tenía nada en contra de los judíos, hubiese actuado de esa forma y, aún más, que también lo hicieran muchos miles de soldados nazis que participaron en los crímenes.

En el año 1961 Stanley Milgram inició el experimento en la Universidad de Yale y que llegaría a conmocionar al mundo: “La mayoría de las personas pueden llegar a administrar descargas eléctricas mortales a una víctima, si creen estar obligados a hacerlo”.

Stanley Milgram puso un anuncio en un periódico de New Haven (Connetticut) pidiendo voluntarios para un estudio sobre la memoria y el aprendizaje.
Los participantes fueron 40 hombres de entre 20 y 50 años y con todo tipo de educación, desde acabados de salir de la escuela primaria hasta doctorados. El experimento era el siguiente: el investigador explica a un participante y a un cómplice (el participante cree en todo momento que es otro voluntario, pero es un actor) que van a probar los efectos del castigo en el aprendizaje.
Les  dice  a  ambos  que  el  objetivo  es  comprobar cuánto  castigo  es  necesario  para  aprender  mejor,  y que uno de ellos hará de «alumno” y el otro de “maestro”. Les pide que saquen un papelito de una caja para ver qué papel les tocará desempeñar en el experimento.  El  cómplice  anuncia  que  se  le  ha  adjudicado  el papel de “alumno” y el participante saca el papel de “maestro”,  aunque  en  la  realidad  en  ambos  papeles ponía “maestro”.
En una habitación, se sujeta al «alumno» a una silla, se  le  colocan  unos  electrodos  con  pasta  conductora (para evitar quemaduras) y se le ata. El “alumno” tiene que aprender una lista de palabras emparejadas; después, el «maestro» le irá diciendo palabras y el «alumno» habrá de recordar cuál es la palabra asociada; si falla, el «maestro» le da una descarga eléctrica.
Al principio del estudio, el “maestro” recibe una descarga real de 45 voltios para que vea el dolor que causará  en  el  «alumno».  Después,  le  dicen  que  debe comenzar  a  administrar  descargas  eléctricas  a  su «alumno» cada vez que este cometa un error, aumentando el voltaje de la descarga a cada error. El generador tenía 30 interruptores, marcados desde 15 voltios (descarga suave) hasta 450 (peligro, descarga mortal).
El «alumno» daba sobre todo respuestas erróneas a propósito y cuando se producía un fallo, el “maestro” debía inflingirle una descarga. Cuando el “maestro” se negaba  a  hacerlo  y  se  dirigía  al  investigador,  este siempre daba alguna de las siguientes instrucciones de tipo imperativo:
1. Continúe por favor, continúe.
2. El experimento requiere que usted continúe.
3. Es absolutamente esencial que usted continúe.
4. Usted no tiene otra opción. Debe continuar.

Si después de esta última frase el «maestro» se negaba  a  continuar,  se  paraba  el  experimento;  si  no,  se detenía después de que se hubieran administrado descargas de 450 voltios tres veces seguidas.
Con anterioridad a la realización del experimento, Stanley  Milgram  preguntó  a  sus  colegas  y  a  gente diversa qué pensaban que sucedería. La mayoría de la gente opinaba que, menos algún sádico, nadie aplicaría una descarga  mortal. Sin embargo, en el experimento,  el  65%  de  los  «maestros»  castigaron  a  los «alumnos»  con  el  máximo  de  tres  descargas  de  450 voltios, muchos de los “maestros” se sentían incómodos, pero ninguno de los “maestros” se negó rotundamente a dar menos de 300 voltios. En muchos casos, los “maestros” paraban y cuestionaban el experimento, algunos intentaron devolver el dinero que ya se les había pagado, pero la gran mayoría (65%) continuaron tras las instrucciones del investigador.
A  medida  que  el  nivel  de  descarga  aumentaba,  el «alumno», aleccionado para la representación, empezaba a golpear en el cristal que lo separaba del «maestro» y gemía de dolor, decía que padecía de una enfermedad  cardiaca,  posteriormente  aullaba  de  dolor  y pedía que acabara el experimento, finalmente al llegar a los 270 voltios gritaba de forma agónica.
Al llegar a la descarga de 300 voltios, el «alumno» dejaba de responder a las preguntas y empezaba a convulsionar, pero la no-respuesta se tenía que interpretar como una mala respuesta y se continuaba con las descargas eléctricas, cada vez de un voltaje superior.
Al  alcanzar  los  75  voltios,  muchos  «maestros»  se ponían  nerviosos  ante  las  quejas  de  dolor  de  sus «alumnos» y deseaban parar el experimento, pero la férrea autoridad del investigador les hacía continuar.
Algunos de los “maestros” continuaban el experimento, pero manifestando que ellos no se hacían responsables de las posibles consecuencias. Algunos participantes incluso comenzaban a reír nerviosos al oír los gritos de dolor provenientes de su «alumno».
En  estudios  posteriores  de  seguimiento,  Stanley Milgram demostró que las mujeres eran igual de obedientes  que  los  hombres,  aunque  más  nerviosas.  El estudio  se  reprodujo  en  otros  países  con  similares resultados.  En  Alemania,  el  85%  de  los  “maestros” administró descargas eléctricas, supuestamente letales al “alumno”.
En  1999,  Thomas  Blass,  de  la  Universidad  de Maryland publicó un meta-análisis de los experimentos de este tipo realizados hasta entonces y concluyó que el porcentaje  de  participantes  que  aplicaban  voltajes notables se situaba entre el 61% y el 66%, sin importar el año de realización ni el lugar de la investigación.
¿Qué fue lo que hizo que se comportaran de forma tan  agresiva  los  maestros”  con  sus  “alumnos”?  El sadismo o la maldad no son elementos que justifiquen
el elevado porcentaje (65%); posiblemente los sádicos no lleguen al 0,2% de la población. ¿Qué hizo que el valor  del  experimento  prevaleciese  sobre  los  principios?  Posiblemente  un  sólo  factor  fue  el  desencadenante de la terrible situación: la autoridad, y la sensación y el convencimiento por parte de los “maestros” de que el experimentador sabía lo que hacía y tenía sus razones para hacerlo.
Visto  este  caso  podríamos  decir  que  un  psicópata vestido con el traje de la autoridad es un elemento peligroso y con capacidad para crear una organización psicópata. En los ámbitos gerenciales y organizacionales es normal acciones donde “el fin justifique los medios”, pero dude cuando esto se aplique en el ámbito personal e interpersonal. Aunque crea intensamente en las razones de su superior, tenga en cuenta  que  los  psicópatas  son  generalmente  unos magníficos  seductores  y  usted  y  sus  colaboradores pueden ser sus víctimas.
Usted debe decidir qué hacer con su talento y, en el caso de los líderes, también decidir qué hacer con el talento  de  los  demás.  El  acumulo  de  talento  ha  de tener como meta el bien común (con la inclusión de uno mismo) y no el beneficio personal (con la exclusión de los demás).
Para finalizar, deseo agradecer a Fernández Aguado las  agradables  sesiones  que  mantenemos  dialogando sobre estos temas y que tanto me enriquecen personal y profesionalmente.

 

Todo esto es parte de un estupendo trabajo de Marcos Urarte, Presidente del Grupo Pharos, Consultor Estratégico y Organizacional, que se puede leer en

http://www.pharos.es/pdf/articulos/Lideres-eticos-o-psicopatas.pdf

Gracias

La hora de la verdad


La muerte
Durante mucho tiempo estuve convencida de que desde siempre había tenido constante contacto con la muerte,lejano, teórico, literario si se quiere, pero contacto al fin. En mi infancia viví la muerte de un tío, un primo, amigos de mis abuelos sin contar con los numerosos muertos de la guerra civil que en nuestra familia, sobre todo las viejas tías y sus amigos y conocidos, convertían en tema de inacabables rememoraciones en voz baja, eternamente adornadas con suspiros y lágrimas. . . »

» . . . Así que yo comprendí enseguida que la gente moría, jóvenes y viejos, hombres y mujeres, a veces por enfermedad, casi siempre creía yo por culpa de las guerras que mataban a los vencedores igual que a los vencidos porque los hombres inventaban artilugios demoledores que de un disparo o por la explosión de una bomba acababan con la vida de dos, veinte o cien personas . . .»

«. . . Así que creía saber todo lo que hay que saber sobre la muerte aunque nunca me había detenido a pensar en el dolor que tantos han de sufrir para morir («cuesta mucho morir» repetía mi abuelo en su agonía) ni en el que provoca en los que quedan, y que sólo comprendí y sufrí muchos años después, cuando de la muerte tuve una experiencia más directa que me mostró su verdadero rostro. . .»

«. . . Si desde jóvenes, aunque parezca masoquismo, nos vamos haciendo a la idea de que no somos inmortales y que del mismo modo que vemos morir a nuestros abuelos y a los cientos de miles de desgraciados que ven truncada su vida por las guerras, los atentados, las injusticias o las enfermedades, también nosotros moriremos, comenzaremos a preparar nuestra salida de este mundo. Y daremos por sentado que por más que hayamos querido evitarlo, siempre dejaremos algo por hacer, un proyecto por terminar, un secreto que desvelar, una carta por escribir, una confidencia o una confesión que transmitir, una limpieza o algún detalle perdido en el que no pensamos en su momento que habría evitado agujeros negros en nuestra vida profesional, litigios desagradables o peleas intestinas en una familia que por nada del mundo queríamos ver enfrentada.

Y es que la presencia de la muerte nos da la conciencia de que hay mucho de lo que poseemos que no interesará a nadie y en cualquier caso nada podremos llevarnos sea cual sea el lugar donde, si somos religiosos, creemos que vamos a ir. Así que, a los que hemos sido ordenados, la muerte se nos aparece como un buen pretexto para hacer una limpieza concienzuda de lo que vale la pena conservar y lo que no, y en cualquier caso será de agradecer para los que quedan que son, se supone, los que más amamos.  . . »

Espectacular Rosa Regàs en su libro «la hora de la verdad»

http://estaticos.elmundo.es/documentos/2011/03/22/cultura.pdf

Psicópatas?


Seguro que usted se ha cruzado con ellos en su lugar de trabajo. Son astutos, carismáticos, atractivos y dotados de habilidades sociales. Suelen producir una inmejorable primera impresión cuando se les conoce. Se muestran espontáneos y desinhibidos respecto a las normas. Al principio resulta gracioso y hasta divertido pulular a su alrededor. Sin embargo, poco a poco, su lado oscuro comienza a emerger. Se muestran como lo que son en realidad: egoístas, narcisistas, iracundos, manipuladores e implacables. Tras este modo de comportarse no hay nada. Están totalmente vacíos. Detrás del supuesto carisma o capacidad de liderazgo  se  atrinchera  una  pasmosa  realidad:  la  de  un  ser  sin conciencia moral alguna. Hablamos de los organizativos, personas que usan su encanto, apariencia y capacidad de coacción para «trepar» y alcanzar con rapidez posiciones de poder en el escalafón jerárquico. Cuando por fin lo consiguen, se dedican con gran eficacia a explotar a la empresa y a los trabajadores en su propio y exclusivo beneficio.

Durante todo este proceso generan a su alrededor una enorme confusión, de tal manera que resulta muy complicado  e  improbable  descubrir  su  juego  y  detener  su  actuación depredadora. La idea que la mayoría de las personas tienen sobre los psicópatas no ayuda en absoluto a solucionar esta situación. La creencia generalizada de todos nosotros es que los psicópatas son asesinos en serie, personas sumamente malvadas. Esta falsa creencia deja a merced del número enorme y creciente de psicópatas no criminales que pululan por  nuestras empresas a una población de personas que con el tiempo no tardarán en convertirse en sus víctimas. Las variaciones sobre el tema de la presencia de los psicópatas en nuestras vidas son cuantiosas.
Desde la pareja bígama, los defraudadores financieros y los «tiburones» directivos hasta los maltratadores domésticos, la gama de psicópatas aparentemente respetables y que nadie cree que sean unos criminales es inmensa. El problema para identificarlos es que normalmente los psicópatas organizacionales no terminan cometiendo crímenes sangrientos al estilo de los de las películas.
La mayoría de ellos pasan desapercibidos, ocultos y camuflados tras vidas aparentemente normales y triviales, causando enormes problemas y depredando socialmente a sus vecinos, parejas, hijos, padres, compañeros de trabajo y subordinados. Víctimas que nunca terminan de enterarse del todo de la auténtica naturaleza perversa de las personas que les hacen sufrir tanto.

Después de la cárcel el lugar más habitual en el que se puede encontrar a un psicópata es en las organizaciones empresariales. Dentro de ellas, hay que buscarlos en las posiciones de dominio y poder jerárquico, lugares a los que pronto ascienden gracias a su enorme capacidad y talento para manipular a los demás, es decir, para lograr que los demás hagan lo que ellos quieren que hagan.
Esta gran capacidad de manipulación de los compañeros suele  confundirse en las organizaciones con la capacidad directiva o ejecutiva de una persona. El management es la capacidad de lograr alcanzar determinados resultados sobre la base de que otras personas, bajo la supervisión del directivo, desempeñen determinadas tareas. Los entornos modernos de empresas cada vez más carentes de regulación y con menos controles, con una filosofía desbocada que aboga por el «éxito a cualquier precio», y con muy poca evaluación psicológica, son lugares en los que los psicópatas encuentran su hábitat natural.
Mucho mejor que asaltar a sus víctimas en un descampado es defraudar en la Bolsa, atacar el mercado financiero, el poder de las multinacionales, etc. La situación de caos, así como los entornos turbulentos, impredecibles y cambiantes, son factores de atracción para los psicópatas, que encuentran en ellos el mejor caldo de cultivo para su satánica semilla.
La mayor parte de los escándalos políticos y financieros de los últimos tiempos en nuestro país han estado protagonizados por individuos con rasgos psicopáticos, que durante años pasaron desapercibidos o incluso llegaron a ser tomados como modelos sociales ejemplares para toda su generación. Estos seres encantadores, de imagen agradable, aparentemente adorables y amantes padres y madres de familia, ocultan tras una máscara de normalidad los peores deseos, ambiciones, y maquinaciones, con una ausencia total de remordimientos o de sentimientos de culpa por el mal que hacen socialmente.
Son individuos con una sofisticadísima capacidad para hacer el mal a causa de su incapacidad de ponerse en el lugar de sus víctimas y de sentir pena, lástima o compasión por ellas.  Depredadores sociales que aguardan, bajo apariencia de afables y pacíficos seres humanos, la oportunidad para «devorar» a sus víctimas sin piedad.  La mayoría de la población los acepta gracias a la buena imagen que proyectan y que ellos se encargan de mantener.
Esta imagen los muestra ante los ojos de los demás como personas buenas, cumplidoras, atentas y modélicas. Sólo el descubrimiento de sus fraudes o ilegalidades, cometidos a veces durante  años o décadas sin el menor asomo de remordimiento o culpabilidad, desvela su verdadera naturaleza.
Su capacidad de decir a cada uno lo que quiere escuchar, a veces con sus mismas palabras –que han clonado oportunamente–, estudiando su objetivo detalladamente, les hace ser los candidatos ideales para el puesto en los procesos de selección.
Al entrar en una organización y promocionarse rápidamente en ella, son capaces de alcanzar, en poco tiempo, lugares de dominio y poder de los cuales va a resultar cada vez más difícil desbancarlos. Cuando se les sorprende in fraganti, suelen alegar que ellos son las verdaderas víctimas de sus víctimas, intentando invertir el proceso de victimización, manipulándolo.
Si se disculpan o dicen que lamentan lo ocurrido, simplemente están clonando esa emoción que no sienten, con vistas a poder obtener ventajas en el futuro para seguir aprovechándose de sus víctimas. Su comportamiento sistemático llega a tal extremo que los psiquiatras más expertos advierten a los psicólogos que es inútil practicar alguna terapia con ellos, puesto que no sólo no se curan, sino que aprenden nuevas formas de manipulación.